El genial Michael Doyle detectó en los años 70 que los seres humanos hacían mejor su trabajo en grupo. Publicó el ya clásico “How to make meetings work!”. Inventó la práctica de “facilitar reuniones”.
Creía que los pobres resultados de algunas reuniones surgen de la aplicación incorrecta de poder, contenido y proceso. Según él, los asistentes a una reunión se centran en el contenido (presentaciones, datos, etc.) y rara vez en el proceso (cómo ocurren las reuniones).
Así, muchas veces el Director o Jefe se convierte en el maestro de ceremonias de una “tormenta perfecta”: controla el contenido, por lo general ignora el proceso y tiene todo el poder. El resultado es que “todo se hace bien”.
En cierta ocasión asistí a una reunión que convocó el entonces mi jefe. El objetivo era preparar un proyecto para un cliente. La reunión no tenía agenda. Había hora de comienzo, pero no de finalización. Estuvimos casi tres horas. Solo dejaba hablar a la gente cuando él preguntaba. Las conclusiones las sacaba solo él. No permitió aportaciones o comentarios. No sacó ninguna conclusión. Y acabó convocando una nueva reunión para volver a hablar de lo mismo.
Salió muy satisfecho, y con una sonrisa comentó: “A ver si acabamos de organizar esto”.